sábado, 4 de enero de 2014

LAINO. Un recorrido de ayer a hoy. Por Germán Cáceres

(La Duendes editora, Comodoro Rivadavia, 2013,  108 páginas)




Osvaldo Laino (en un reportaje de La Duendes de 2010) declaró que había nacido en Rosario hacía 82 años y que lamentaba que se lo conociera principalmente por su labor al frente de la prestigiosa revista Dibujantes y no por su obra historietística.
Para mostrar esa otra faceta aparece esta antología de sus innumerables trabajos (dada su larga permanencia en los Estados Unidos se los puede llamar cartoons), que comprende un período que se inicia en 1940 y llega “a hoy”.


Una viñeta tal vez pueda compendiar en gran medida su estética y es “El coleccionista” (página 70), porque Laino, igual que el personaje representado, aglutina objetos hasta saturar el espacio. En este maravilloso cuadro sobresale su dominio de la pluma y de la composición (“soy dibujante por partida triple: técnico, comercial y humorístico”).


Ese grafismo se despliega en primorosos detalles y anacronismos y motiva que sus cuadritos parezcan realidades oníricas. Así, en uno que ilustra el segundo viaje de Colón, un personaje viste una remera con la inscripción “Make love not war” (página 17); en otro (página 11) Enrique VIII está leyendo Playboy, y en la página 40, en un plano general lejano del Monumento a la Bandera en Rosario, se observa una carabela que navega por el Río Paraná.

Pero no se puede hablar del arte de Laino sin destacar su sabor popular y su amor al barrio y a sus protagonistas. Las estampas de costumbres, como “El cafishio y la Adelita” (página 22), “El pulpero de Santa Lucía” (página 30), “Bailando el Gato” (página 32 y 33) y “Café de la esquina” (página 45), pueden considerarse auténticas joyas gráficas.




Osvaldo Laino confesó su admiración hacia Pequeñas delicias de la vida conyugal (1913), de George Mc Manus (famoso por sus fondos exquisitos poblados de extravagancias), y en sus viñetas suelen deambular perros y gatos sueltos, gallinas y –si aparece un río- peces que asoman sus cabezas. En su figuración sobresale su destreza en el empleo de la línea, que atiborra los cuadritos de filigranas y arabescos. Y es frecuente que también se oculte entre ellos algún célebre personaje de historieta, como Mickey, Betty Boop o Los picapiedras.


Gran parte del libro está dividido en capítulos (“El tango en nuestras venas”, “Rosario”, “Los barrios y los personajes”, “Vecinos”, “La pasión por las bochas”, “En Inglés”, y siguen los títulos), en los que un texto comenta el tema tratado. Uno de los más logrados es “Nostalgia de una esquina: Una historia como tantas”, de Carlos G. Groppa (páginas 43/44).


En la serie “En Inglés”, en la página 97 resulta desternillante el cuadrito en el cual Cleopatra se baña utilizando leche envasada y le dice a la mucama que si llama Julio, que pague la cuenta. Y en otra viñeta, Adán le tapa a Eva los ojos para que adivine quién es, pero sorpresivamente ella pregunta por “Tom?, Larry?, Paul?”. Este nonsense también surge en sus textos en español, como la del inventor que explica que su máquina infernal, pese a haberle costado “un laburo bárbaro terminarla (…) no sirve para nada” (página 76).


Este estupendo libro de Laino debe leerse escuchando tangos como música de fondo y disfrutando la alegría vital que palpita en sus representaciones del barrio y sus habitantes, o sea pibes que juegan a la pelota y a la rayuela, o hacen girar un trompo o embocan el balero.




Germán Cáceres

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